jueves, abril 26, 2012

Terapia



(Aclaro: este post no está dirigido a nadie en lo absoluto, sólo estoy sacando lo que traigo adentro, porque ahorita nadie va a querer escuchar esto. No, no me estoy haciendo la víctima, ya intenté hablar de esto y me sacaron la vuelta).


Obviamente algo sucedió. Alguien presionó el botón y las cosas empezaron a cambiar, no tan rápido, pero en un lapso corto de tiempo. O sea, hace un año que no veo a la Teté, y ayer me dijo que ya se va a casar.


Todo empezó cuando me fui de intercambio. Me fui sin tomar en cuenta todos los posibles escenarios que podrían presentarse en un futuro, derivados del simple hecho de no estar en el Rancho. Inocentemente creí que al volver las cosas serían prácticamente iguales a cuando me fui. Error.


Olvidé que cuando regresara al Rancho, no sería para quedarme, sino para ver cómo andaban las cosas y después irme otra vez. Pero es que ni siquiera eso era seguro.
Pensé que la única diferencia sería el no ver a mis amigos cuando yo quisiera, sino cada 15 días, y que a cambio, vería a mi hermana casi diario.


Los seis meses que estuve fuera aprendí a vivir conmigo mismo, solo y con dos amigos que por ese tiempo fueron mi familia. También tuve nociones de lo que es vivir en pareja —y me gustó—, pero finalmente entendí que aún estoy muy joven para eso, que hay tiempos; con todo el significado de la palabra 'tiempos'. Pero más que nada aprendí a vivir conmigo, sin depender de nadie —dejando de lado lo económico, por supuesto—, y me encantó. Es un poco contradictorio, porque ahora sé tanto cómo estar solo, que a veces ya no sé estar con la gente.


Mientras tanto en el Rancho, mi hermana luchaba contra un cavernícola, y sus propios demonios; los derrotaba y se daba cuenta que ella misma era un robot; posteriormente descubrió que era una mujer con un corazón enrome, y se enamoró (y estoy muy feliz por ella). 


El párrafo anterior resume prácticamente los seis meses. Es decir, mientras yo no estuve, en el Rancho era primavera y verano juntos. Para cuando volví todos ya estaban enamorados, donde yo ya estuve, y donde ahora, irónicamente —cuando pensaba que podía estar en sintonía con mis amigos—, ya no estoy. Y no los juzgo en lo absoluto, al contrario, los respeto mucho más porque ellos están teniendo los huevos para darse, juntarse, e incluso pensar en casarse. Pero ¿qué pedo? Son de la misma edad que yo. Entiendo que todos estén enamorados, ya estuve ahí, pero ¿por qué se casan? ¿Cuál es la prisa? Ahora sí que no entiendo en qué pensaba cuando tenía 16 años.


Pero es chistoso ¿no? Todo lo que yo quería desde los 16 años —y que ahorita si quiero puedo tener—, es lo que poco a poco está sucediendo con cada uno de mis amigos. Y otra vez me sitúa donde no hay nadie. Me hace sentir como si otra vez, estuviera madurando mucho menos rápido que todos mis amigos. Soy el único que todavía no se quiere amarrar, que quiere estar solo pero acompañado, que no quiere tener que pensar primero en la pareja para poder hacer algo. Y es normal, tengo 23 años.


No me ha costado nada acostumbrarme a vivir solo, en lo absoluto. Me ha costado entender que poco a poco, por el simple hecho de ya no vivir en el Rancho, el vínculo con algunas de las personas que más quiero, ha ido desapareciendo. Y no es que ya me aísle, es buscar a la gente y que te den el avión, pero nunca el boleto. Digamos que es como una soga gruesa que está amarrada a un poste en un extremo, y suelta del otro extremo: gente pasa y tira de ella pero no puede llevársela, pero hay personas que tiran más duro, y la soga lentamente empieza a deshilacharse.

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