Misma situación, como cada vez que se hacen estos divertidísimos viajes. Soportar el aplastante sol durante horas, los kilos y kilos de polvo en la cara, en la boca, en la cerveza, en la comida. Dormir 5, 1, media hora, despertar con un bote en la mano, comer ceviche. Emocionarse inexplicablemente con una serie de autos que corren a gran velocidad en una ruta de terracería; ver a la familia en esa ruta. Pensar en ti la mayor parte del tiempo.
Sólo un detalle: esta vez estaba completamente seguro de que cuando volviera no recibiría una carta de ti, que mañana no sería un domingo especial, y sobre todo, que al volver no me ofrecerías el papel protagónico de tu nueva película.
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