lunes, mayo 21, 2012
La noche que casi hago trampa
Durante mi estancia en Paraguay, hubo una noche en la que estuve a punto de tener sexo con una prostituta; situación que juré nunca sucedería en mi vida.
Eran principios de junio del año pasado, yo pasaba por un cuadro de depresión del cual no me había percatado. De repente dejé de salir de mi cuarto, sólo salía para ir a la escuela o para comer. Mis compañeros de casa —y por esas fechas mis hermanos— me preguntaban si estaba deprimido: "ya casi no te vemos fuera de tu habitación", decían. Pero según yo, todo estaba bien.
Una tarde en la escuela me di cuenta que extrañaba demasiado mi rancho y a mi gente, y entonces asimilé el hecho de que en realidad estaba deprimido. Regresé al departamento, busqué dinero y fui a comprar cerveza al mercado. Me encerré y empecé a beber. Cuando iba por la tercera cerveza sonó el teléfono; era Arturo, estaban en Britannia (uno de mis bares favoritos en Asunción), querían que los acompañara. Sin pensarlo dos veces me fui con ellos.
Nos quedamos hasta que nos corrieron. Arturo se fue a su casa porque ya era tarde. (Por razones de ética llamaremos a mi otro amigo 'Pablo'). Pablo ya estaba borracho y quería seguir la fiesta, pero ya todo estaba cerrado. Entonces dijo: "vamos por unas putas"; me reí de su comentario. "Es en serio", agregó. Argumenté que ya no traía dinero, "yo te la pago, solamente hazme un favor, préstame tu cuarto", fue su respuesta. Pablo era un buen amigo, y yo estaba dispuesto a hacerle el favor. "No tienes que pagarme una prostituta, te acompaño y te presto el cuarto, yo puedo dormir en la sala", dije. Al llegar al lugar Pablo insistió en que escogiera una mujer, y como era gratis, entonces escogí a la mejor que encontré. Después de todo, considerando la ola de mala suerte con las mujeres que rondaba en mí por aquellas fechas, quizá esa sería mi única oportunidad de tener sexo con una paraguaya, aunque eso implicara hacer trampa.
Tomamos un taxi al departamento con ambas mujeres acompañándonos. "Tú usa mi cuarto", le dije a Pablo; el español había salido de vacaciones con su novia, así que su cuarto estaba solo. Mi chica y yo entramos a la habitación. Inmediatamente empezó a besarme el cuello mientras me desabrochaba el pantalón. Y cuando se agachó para bajarme la ropa interior no pude evitar soltar una carcajada. "¿Qué te pasa?", me preguntó. "No sé, voy a salir tantito a ver si se me pasa", y me carcajeé en el pasillo del departamento en plena madrugada. Era demasiado chistoso, no podía ser que estuviera tan deprimido como para caer tan bajo y cometer tal estupidez. Volví al cuarto, y le dije la verdad a la mujer: "no puedo hacerlo, no se me para". Entonces la mujer también empezó a reírse.
Terminamos platicando sobre el tipo de clientes con los que ha tenido sexo. Me contó que hacía unos días le había tocado estar con un mexicano que decía ser un alto funcionario del gobierno, y que resultó ser sumamente precoz. Le pregunté que si prefería tener sexo con sus clientes o terminar platicando como nosotros esa noche: "La verdad prefiero acostarme con ellos, no me gusta mucho platicar porque a veces me cuentan puras boludeses, como tú", y ambos soltamos una carcajada. Minutos después Pablo terminó y las chicas se fueron del departamento.
La noche siguiente hicimos una cena en el departamento, y al argentino se le ocurrió preguntarme sobre lo ocurrido la noche anterior, frente a toda la mesa. Conté todo lo que había pasado con lujo de detalles, y ahí terminó mi depresión.
Las pendejadas que puede hacer uno cuando está borracho y deprimido. Afortunadamente todavía tengo un poco de integridad.
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